Desde que Aziev tuvo uso de razón escuchó decir que su mundo era perfecto, que la vida de cada individuo y por lo tanto la de todos estaba formada por un continuo de momentos placenteros.
El fracaso no existía en Kus ni el error tampoco, para evitarlos estaban entre otras cosas el servicio de seguridad que supervisaba al ciudadano en caso de que se le presentara la oportunidad de cometer un ilícito.
Pensaba Aziev que la vida era un conjunto de días tranquilos: el despertar se daba a la hora justa en que se había obtenido un reposo absoluto; sus alimentos, pastillas insaboras y balanceadas en requerimientos nutritivos, se tomaban de pie y en privado antes de iniciar las actividades; la higiene se realizaba con rayos alfa-delta durante su periodo de sueño; el ejercicio físico lo hacían antes de dormir en cantidad suficiente e intensidad regulada; el trabajo que llevaban a cabo les era elegido según sus aptitudes y preferencias, de tal manera que realizarlo les resultara entretenido y gratificante. Tenían a su alcance diversión en juegos de computadora para llenar todo su tiempo libre.
Este cotidianidad, apacible y regulado, sufrió un cambio radical al cumplir su tercera década. Ya nada sería igual, con el sobresalto permanente y la lucha diaria por la sobrevivencia, Aziev enfrenta un cúmulo de retos y toma de decisiones que hacen de esta historia una lección de vida.
viernes, 13 de febrero de 2009
de mis silencios
De oficio reportero, Hugo Rosell es también un diletante de la poesía y la narrativa. Persistente en el ejercicio de un periodismo ligado a las causas populares y los movimientos sociales, cuenta con amplia experiencia en la cobertura de asuntos especiales, principalmente en América Latina y ha coordinado la sección internacional de diversos medios de comunicación. Ha sido corresponsal de varias agencias informativas internacionales y se ha destacado también en el ejercicio de la crónica. Su escritura está marcada por la influencia de escritores-periodistas como Stella Calloni, Juan Gelman, Miguel Bonasso, Eduardo Galeano y Tahar Ben Jelloun, entre otros. A lo largo de su trabajo se ha empeñado de manera casi obsesiva en rescatar la visión y la voz de los que menos tienen, con la firme idea —para algunos arcaica; rebasada, dirían los renegados— de que un mundo más justo es posible.
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